Hace mucho tiempo atrás, en el Reino de Los Sauces Llorones,
vivía una modesta familia de relojeros. Tom, el padre era el relojero real.
Estaba casado con Clarisa, mujer a la que amaba y con la que había tenido una
preciosa hija: Elia. Elia siempre estaba dispuesta a ayudar a su padre, él de
vez en cuando le encargaba alguna tarea.
Un día, que en un principio parecía ser cualquiera, llegó a
todos los rincones del reino la noticia de que la Reina esperaba un bebé, todos
recibieron la noticia con alegría e ilusión y lo celebraron a lo grande. Pasados unos cuantos meses, la Reina dio a luz a una hermosa
niña, la princesa Cristel. Todo parecía ir muy bien, pero a los pocos días la
Reina enfermó y al sentir que iba a morir le dijo a su marido que debía volver
a casarse, ya que si no lo hacía no tendría un heredero directo al trono.
-
No…por
favor, no puedes hacerme esto, no me dejes…-Suplicó el rey entre sollozos.
-
Lo
siento mucho Eliot. Prométeme que te casarás, y que la mujer a la que elijas
para ser tu esposa será más bella que yo…- Contestó la reina con voz débil.
-
Pero
mi amor, eso es imposible, tú eres la mujer más bella del mundo.
-
Prométemelo
Eliot…- dijo la reina con su último suspiro.
-
Te
lo prometo- Contestó el Rey, llorando
sobre el cuerpo ya inmóvil de su esposa- Te lo prometo…
La noticia cayó sobre los habitantes del reino como un cubo
de agua fría:
-
¡Qué
desgracia!- Comentó el panadero.
-
¡Pobre
criatura! Sin madre nada más nacer- contestó la mujer del herrero.
El Rey Eliot estaba muy triste, tanto que apenas comía. Sus
consejeros intentaban animarle, pero sin éxito.Al cabo de varias semanas, una de las criadas fue a hablar
seriamente con el Rey:
-
Su
Majestad, comprendo que usted esté apenado, pero no puede continuar a así, ¡Por
todos los santos, espabile! ¡Su hija le necesita! ¡Necesita no solo a su padre,
sino también una madre!
Rey no contestó, pero se dio cuenta de que aquella mujer
tenía razón…Cristel le necesitaba, no podía seguir así.
-
¡Consejeros!,¡Consejeros!-
gritó Eliot- Organizad un baile real, invitad a todas las princesas en edad de
casar de los reinos cercanos, necesito encontrar a la más bella de todas.
Ese mismo día, en la casa del relojero…
-
Tom,
¿Te encuentras bien?- preguntó Clarisa a su marido.- Tienes mala cara.-
-
Ciertamente
no…creo que necesito descansar.- Respondió Tom.
-
Llamaré
al doctor…- Añadió Clarisa.
Cuando el doctor llegó, Tom había empeorado, tenía mucha
fiebre y estaba muy débil.
- Doctor,
haga algo por favor.- Suplicó Clarisa.
- Clarisa…te
voy a ser sincero, no tiene buena pinta. Tendríais que haberme llamado antes.-
Dijo el doctor- Que se tome una cucharada de este jarabe cada 3 horas y mantén
frio el paño de la frente, si empeora llámame.
-
Muchas
gracias doctor…- Le despidió Clarisa.
Fueron pasando las horas y Clarisa únicamente se separaba de
su marido para mojar el paño con agua fría.
-
Clarisa…llama
a Elia, dila que venga- Dijo Tom con voz débil.
-
Tom,
deberías descansar…además Elia está dormida, son las 4 de la mañana- Le
contestó su mujer.
-
Clarisa
por favor te lo pido…llama a Elia- Le pidió Tom.
Clarisa hizo lo que su marido le pidió, y fue a buscar a
Elia. Elia entró en la habitación de sus padres preocupada.
-
¿Qué
ocurre? Papá, ¿Qué te pasa?- dijo Elia nerviosa.
-
Hija…
solo quiero darte algo- Contestó Tom depositando en las manos de su hija un
reloj de bolsillo de oro, que colgaba de una cadena del mismo material.
-
Papá…
¿Por qué?- Dijo Elia con voz temblorosa.
-
Eres
mi niña…quiero que lo tengas tú, ahora vuelve a dormir.- Dijo Tom.
Elia obedeció a su padre, y se fue a dormir. Tom no mejoró y
a los pocos días murió.
La noche del baile real fue espectacular, vinieron las
princesas más bellas de los reinos cercanos, cada una con un vestido más bonito
que la anterior. Pero por desgracia, el Rey Eliot no encontró ninguna más bella
que su difunta esposa.
Eliot sabía que no debía rendirse, así que pidió a sus
consejeros que organizaran un baile aún mayor, y que invitaran a todas las
princesas en edad de casarse del mundo entero. Ese baile fue aún más
espectacular que el anterior, acudieron hermosas princesas de todo el mundo: La
princesa Kia de África, la princesa Sui del Lejano Oriente, la princesa Virnia de Rusia, La princesa Luna
de las Selvas Americanas…Todas, absolutamente todas, las princesas del mundo.
Pero aun que parezca increíble, ninguna era más bella que La Reina.
El Rey Eliot no quería darse por vencido…pero no sabía que
más hacer. Un día, cuando pensativo miraba por la ventana de su dormitorio,
desde donde veía todo su reino, la vio. Era una joven hermosa, con un largo
cabello negro azabache, que paseaba despreocupada por las calles de su reino.
¿Quién era?
El Rey mandó a uno de sus consejeros a averiguar quién era
aquella joven. A las pocas horas, el consejero regresó con la información que
su rey le había pedido:
- Majestad,
la joven por la que pregunta se llama Elia, es la hija del difunto relojero
real.- Dijo el consejero.
-
¿La
hija de Tom?- Se sorprendió el Rey.- Vaya…es muy hermosa. Hazla venir.- Ordenó.
-
Su
Majestad…esa muchacha ni si quiera es de la nobleza…no sé si es una buena…
-
¡Me
da igual!- Le interrumpió el Rey.- He buscado por el mundo entero, a mi Reina
le prometí que me casaría con una mujer más bella que ella, no con una
princesa. Hazla venir, ahora.
-
Si,
su Majestad.
A los pocos días…
-
¡No
mamá! Por favor…no me obligues a casarme con el Rey, no quiero, yo quiero
casarme con alguien a quien ame de verdad.- Gritó Elia.
-
Hija
mía por favor…entra en razón, desde que murió tu padre apenas tenemos para
comer.- Le explicó Clarisa.
-
Prefiero
trabajar de sol a sol y casarme por amor que vivir siendo reina y casarme por
dinero.- Replicó Elia.
-
Elia,
no es discutible, te vas a casar y punto…lo siento hija.- Concluyó Clarisa.
Elia corrió hacia su habitación, se tumbó en la cama y empezó
a llorar desconsoladamente. Su madre entró y le pidió que se preparara, ya que
una hora después partirían hacia el palacio, donde vivirían el resto de su
vida.
-
Deberías
dar las gracias y sentirte afortunada…- Murmuró Clarisa.
-
¿Cómo
te habrías sentido tú si no te hubieran dejado casarte con papá?- Replicó Elia.
-
Recoge
tus cosas, nos vamos.- Añadió Clarisa ignorando la pregunta de su hija.
La vida en palacio era una vida ideal, Elia tenía todo lo que
jamás había podido imaginar: joyas, vestidos, zapatos…todo. Pero no era feliz.
A los pocos días, el Rey Eliot le pidió matrimonio:
-
Elia,
eres la mujer más hermosa del mundo. Cásate conmigo.
- Ehh…su
Majestad…sería un placer, pero aún no me siento una princesa de verdad, para
sentirme una princesa necesitaría tener tres vestidos: un vestido tan dorado
como el sol, un vestido tan plateado como la luna y un vestido tan brillante
como las estrellas.- Improvisó Elia con el objetivo de aplazar el enlace.
-
Como
quieras mi princesa, haré hacer esos vestidos para ti.
Así el Rey Eliot mandó traer los hilos de oro fino más caros
del mundo, los hilos de plata fina más cara del mundo, y los diamantes más
brillantes del mundo, contrató a los modistos y a los sastres más prestigiosos
de la zona y mandó hacer los 3 vestidos para su princesa.
A los pocos meses el Rey ya tenía los vestidos:
-
Elia,
aquí tienes los 3 vestidos que me pediste, espero que te gusten y que con ellos
te sientas como una princesa de verdad.- Dijo el Rey.
-
Majestad…son
preciosos, son más bonitos de lo que jamás pude imaginar, pero para sentirme
como una princesa de verdad necesito tener algo más especial: un abrigo hecho
con las pieles de todos los animales del mundo.- Contestó Elia.
-
Pero
Elia, para mí ya eres una princesa, no necesitas nada más.- Dijo el Rey.
-
Por
favor…- Suplicó Elia-
-
Está
bien, si eso es lo que quieres haré que lo tengas.- Concluyó el Rey.
El rey mandó conseguir un pequeño trozo de piel de cada
especie animal del mundo, al tener que unir todas para hacer un abrigo tenían
que ser pedacitos muy muy muy pequeños. Tardaron meses en conseguir todos los
pedacitos y varias semanas en coserlos, hasta que por fin crearon el abrigo de
toda clase de pieles.
-
Elia,
aquí tienes el abrigo hecho de toda la clase de pieles de los animales del
mundo, espero que te guste, y que con él te sientas como una princesa de
verdad- Dijo el Rey.
-
Gracias
Majestad, es realmente precioso…- Contestó Elia, sabía que no podía seguir
pidiendo cosas eternamente.
-
Entonces,
¿Te casaras conmigo princesa?- Preguntó el Rey.
-
Si,
majestad.- Contestó Elia.
Esa noche Elia no conseguía dormir, no dejaba de pensar que
iba a casarse con un hombre al que no amaba, que iba a ser infeliz el resto de
su vida. Entonces, bien entrada la noche tomó una decisión: cogió los tres
vestidos, el reloj que le había regalado su padre, se puso el abrigo de toda
clase de pieles y huyó de palacio.
Corrió por el bosque hasta el amanecer, ya que debía alejarse
todo lo posible de palacio porque estaba segura de que cuando el Rey se percatara
de su ausencia ordenaría buscarla. Cuando estaba a punto de desfallecer de cansancio llegó a las
puertas de otro reino, no podía permitir que alguien la viera, así que entró
sigilosamente y se escondió en un pajar, donde a escondidas vivió durante varios
días.
Una tarde, cuando Elia salió en busca de comida, oyó los
cascos de varios caballos que cabalgaban hacia ella a gran velocidad, así que
se echó a un lado y se ocultó entre unos arbustos tapándose con su abrigo de
toda clase de pieles. Cuando los caballeros pasaron a su lado, Elia se dio cuenta
de que era la caballería real, y que el joven que iba con ellos tenía que ser
el príncipe. Era tan guapo que Elia se enamoró de él nada más verle…
Pero, ¿Qué podía hacer para que se fijara en ella? Llevaba
días viviendo en un pajar, tenía el pelo sucio y sus ropas andrajosas…así el
príncipe jamás se fijaría en ella.
Al día siguiente, mientras Elia desayunaba unos frutos que
había encontrado en el bosque, resonaron unas trompetas:
-
¡Atención!
¡Atención! Sus Majestades los Reyes han organizado un baile para encontrar una
esposa al príncipe, todas las jóvenes de la nobleza en edad de casar han de
acudir a la fiesta que se celebrará mañana por la noche en el palacio.- Anunció
el mensajero real.
¡Elia no podía creérselo! Era su gran oportunidad, no podía
dejarla pasar. A la mañana siguiente bajó corriendo al río, allí se bañó y se
lavó bien el pelo. Durante el día se dedicó a arreglarse para el baile, se
cepilló la melena y se arregló las uñas lo mejor que pudo con lo poco que
tenía. Tenía que hacer todo lo posible para parecer una verdadera princesa.
Al llegar la noche, Elia se puso el vestido tan dorado como
el sol, se colgó su reloj de oro y se dirigió a palacio. No tuvo ningún
problema para acceder, ya que una joven con un vestido así sin duda tenía que
ser de la nobleza o incluso una princesa, pensaron los guardas. Cuando entró en el gran salón real todo el mundo se giró para
mirarla, estaba espectacular, el vestido era tan dorado que casi había que
entornar los ojos para mirarlo directamente.
El príncipe quedó alucinado con la belleza de la joven, nunca
antes había visto a una mujer tan hermosa. Pero como aquella noche tenía que
atender a tantas damas no pudo acercarse a Elia…y cuando la buscó, ya se había
marchado.
Al día siguiente en palacio:
-
Madre,
tenemos que organizar otro baile, de las damas que conocí anoche no me gustó
ninguna- dijo el príncipe.
-
Está
bien hijo, si es necesario hacer otro baile para que encuentres a la joven que
quieres que así sea, yo lo único que quiero es que encuentres a alguna, que ya
va siendo hora. - Contestó la Reina.
-
Lo
sé madre…pero es que yo quiero casarme con una mujer a la que ame de verdad.-
Replicó el príncipe.
Esa misma noche, Elia se puso su vestido tan plateado como la
luna, se colgó su reloj de oro y se dirigió a palacio, cuando entró en el gran
salón el príncipe la vio:
-
Vaya…está
casi más hermosa que ayer…- pensó.
El príncipe se acercó a Elia, no podía permitir que le pasara
lo mismo que la noche anterior, esa noche solo tenía ojos para Ella. Sin decir
ni una palabra, el príncipe tomó su mano y la llevó al centro de la pista,
bailaron durante toda la noche sin dirigirse ni una sola palabra, solo con la
mirada era suficiente.
Al final de la noche, el príncipe tenía claro que era aquella
joven con la que quería compartir el resto de su vida:
-
¿Me
dirás tu nombre?- susurró el príncipe sonriendo.
-
No
sé, no sé…me duelen tanto los pies que se me ha olvidado- bromeó Elia.
-
Pues
tendrás que quitarte los zapatos…necesito saber tu nombre para presentarte a
mis padres.
-
Ehh…
¿A tus…padres?- titubeó Elia. ¡No se lo
podía creer!
-
Si,
a mis padres, ellos son los reyes, yo soy el príncipe, estás en el palacio… ¿Lo
recuerdas?- Bromeó - ¡Pues sí que te deben doler los pies si!
-
Me
llamo Elia.
-
Vaya,
tu nombre es casi tan bonito como tú.- Dijo el príncipe haciendo sonrojar las
mejillas de Elia.- Mañana por la noche ven a cenar conmigo y con mis padres,
tienen que conocerte, les vas a encantar.
Al día siguiente Elia estaba muy
emocionada, soñaba despierta con el baile, con el príncipe, y con cómo sería
esa noche. A las ocho y media, Elia ya estaba a
las puertas de palacio, llevaba puesto su tercer vestido, un vestido tan
brillante como las estrellas. Cuando el príncipe la recibió, pensó que estaba
incluso más bella que la noche anterior.
La cena transcurrió en un ambiente
tranquilo y relajado, como Elia había pasado varios meses viviendo en el
palacio del Reino de los Sauces Llorones había aprendido a comportarse casi
como una auténtica princesa. Pero entonces, cuando una de las criadas iba a
servir el postre, accidentalmente tiró la bandeja con las cucharillas al suelo,
Elia que estaba a su lado, en un acto reflejo se agachó a recogerlas. Este
gesto sorprendió al resto de los comensales, ya que una princesa jamás habría
hecho eso, pero nadie dijo nada.
Después de la cena, los dos jóvenes
pasearon por los jardines de palacio a la luz de la luna, estaba siendo una
noche perfecta.
-
Elia,
¿Puedo hacerte una pregunta?- dijo el príncipe.
-
Claro.-
Contestó Elia.
-
¿Por
qué te has agachado a recoger las cucharillas?- preguntó el príncipe.
- Eh…-
A Elia la pregunta la pilló por sorpresa.- Pues…no sé, por ayudar supongo…-
contestó nerviosa.
-
Eso
no es propio de una princesa…- dijo el príncipe con tono serio.
-
La
verdad…es que no soy una princesa.- Confesó Elia dando por perdido su sueño y
su amor.
Se sentaron en un banco de piedra, y
Elia le contó toda la historia al príncipe, que la escuchaba con atención y sin
interrumpir.
-
Ahora
supongo que querrás que me vaya- dijo Elia mirando al suelo y aguantando las
ganas de llorar.
- Elia…me
has ocultado la verdad, pero al igual que tú, yo también quiero casarme por
amor, y aun que no seas una princesa, eres la mujer de la que estoy enamorado.-
Dijo el príncipe cogiendo su mano.- ¿Puedo hacerte otra pregunta?- Añadió.
-
Si…-
dijo Elia levantado la mirada.
-
¿Te
quieres casar conmigo?- dijo el príncipe.
- Nada
en este mundo me haría más feliz.- Contestó Elia dejando ahora sí, caer una
lagrima por su mejilla.
FIN
La adaptación que he hecho del cuento
Toda clase de pieles es la siguiente:
- He eliminado el hecho de que sea la
hija del Rey la elegida para ser esposa del mismo, ya que no considero
apropiado meter el incesto en un cuento para niños. Por ello la he sustituido
por la hija de un habitante del reino.
- He mantenido el objetivo del Rey,
encontrar una mujer más bella que su difunta esposa.
- He mantenido la pérdida de un
familiar por parte de la protagonista.
- He mantenido la solicitud de la
protagonista, con el objetivo de aplazar la boda, de los tres vestidos y el
abrigo de toda clase de pieles.
- He mantenido el regalo del familiar,
pero he sustituido el anillo, la medalla y el colgante por un reloj de
bolsillo.
- He mantenido la huída de la
protagonista del palacio con el fin de evitar el enlace.
- He mantenido el ocultamiento de
identidad, pero los he invertido: en vez de ser una princesa que se hace pasar
por plebeya es una plebeya que se hace pasar por princesa.
- He mantenido que la protagonista se
enamora del príncipe y que mediante una serie de tretas logra acercarse a él.
- He mantenido el final feliz en el que
la protagonista logra lo que quiere: casarse por amor.